La violencia, el sectarismo y ‘eldiario.es’

Soy lector habitual de ‘eldiario.es’, donde he publicado un par de artículos. Me gusta su concepción del periodismo como un oficio que se ha de ejercer de manera independiente, sin reservas ni ataduras de ningún tipo para averiguar y explicar los hechos y que ha de cuestionar sin miedo a los poderosos siempre que sea necesario. Me alegro de que exista un periódico así, con enfoque social, que da prioridad a los derechos humanos y es financiado no por oscuros intereses, sino por sus empleados y socios de manera transparente. El ejemplar seguimiento de la tragedia de Ceuta, poniendo en duda la versión oficial e informando de lo que las autoridades pretendían ocultar, es la más reciente de una larga lista de noticias de ‘eldiario.es’ que ponen de relieve estos valores.

Sin embargo, creo que ‘eldiario.es’ adolece de una cierta estrechez en su sección de opinión: el abanico de perspectivas de sus columnistas es habitualmente demasiado limitado, repetitivo, monocolor. Esta situación se ve acentuada por la influencia que ejerce un sector extremista de los socios y lectores del periódico, que es muy activo en los comentarios al pie de los artículos y generalmente bastante sectario. Por ejemplo, en marzo de 2o13, a raíz de la muerte de Hugo Chávez, tres colaboradores de ‘eldiario.es’ experimentaron la ira de este sector por expresar sus críticas a la Venezuela bolivariana. Sebastián LavezzoloToni Roldán Monés y Manuel Saco fueron objeto de duros ataques y algunas lamentables descalificaciones personales. Manuel Saco incluso decidió en consecuencia dejar de publicar en ‘eldiario.es’, despidiéndose de los lectores con un elegante y demoledor mensaje en el que, con dignidad y una fina ironía, criticaba a aquellos que solo buscan en el periódico «el bálsamo de la prensa amiga (…) como un lugar refugio donde confirmar a diario sus ideas».

Más allá de la estrechez ideológica de las columnas de opinión de ‘eldiario.es’, en las últimas semanas he percibido algo aún más preocupante: repetidas insinuaciones, cuando no directas justificaciones, de que la violencia podría ser conveniente hoy en día en España. Con motivo de los sucesos de Gamonal en enero, Javier Gallego escribió que la violencia es una «herramienta legítima de reivindicación cuando los políticos han abortado todas las formas de protesta pacíficas» y que, aunque no es «la vía deseable», la violencia «es una vía más que se abre y va ganando aceptación». En una línea similar se expresaron entonces Antonio Orejudo y Rafael Reig. Antes de ayer, en un artículo en el que compara de manera injustificable la situación de Ucrania con la de España, Antonio Orejudo juguetea de manera frívola e irresponsable con la posibilidad de que en España hagan falta «82 muertos» —los que desgraciadamente ha habido en Ucrania— como «precio» para regenerar el sistema.

Me parece una lamentable y peligrosa insensatez que los citados columnistas escriban, y ‘eldiario.es’ publique, este tipo de temerarios disparates. Uno creería que en un país donde aún vive gente que sufrió en carne propia la Guerra Civil, los opinadores con potentes altavoces mediáticos se comportarían de manera más responsable.